Me enloquece tanto la idea de querer recuperar, que me estoy olvidando de disfrutar en cada minuto que se detiene la manecilla. Paso más tiempo recriminándome el tiempo que he desaprovechado, que el que me queda por aprovechar. Pero lo cierto es que no resulta sencillo intentar avanzar cuando tengo la maleta cargada de piedras, anclándome en un paradójico vacío. Cuando pienso que he vuelto a respirar en paz, me doy cuenta de que los problemas siguen encerrados en el armario, bajo presión, listos para aterrorizar mis noches en cuanto baje la guardia. Siento mucho engañaros con esta sonrisa maquillada, y repasada cada mañana, para evitar escuchar preguntas que no voy a saber contestar. No entiendo cuántos días, semanas o meses, vamos a dejar pasar para que nos demos cuenta de que, las cosas, una vez perdidas, no tienen más valor. De que lo que ahora te ofrezco no será más grande cuanto más daño seas capaz de hacerme. Ojalá supieras darte cuenta de lo inadecuado que es este momento para dejarme a medias. Realmente me pregunto cuánto pesa el miedo a ser feliz, que ahora, parece que pesa más que mi propia alegría. Miedo a perder, a no saber aceptar y no conseguir sobreponerme a mis marcas de agua. A veces consigues comprender que el pasado puede evaporarse con un par de sonrisas sinceras, logras entender aquello de que, tras la tormenta, termina por salir el sol. Ocurre que, dejas de sentir ese pinchazo al pronunciar su nombre o al encontrar su mirada en una fotografía. Pero hasta entonces, aquí sigo, inmovilizada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario