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miércoles, 20 de febrero de 2013

No hace falta que me digais eso de perder la cabeza, por eso de sus caderas. Ya sé de sobra que tiene esa sonrisa, y esas maneras, y todo el remolino que forma en cada paso de gesto que da. Pero además, la he visto seria, ser ella misma; y en serio que eso no se puede escribir en un poema. Por eso, eso que me cuentas de que mírala, cómo bebe las cervezas, y cómo se revuelve sobre las baldosas... Y qué fácil parece a veces enamorarse. Todo eso de que ella puede llegar a ser ese puto único motivo de seguir vivo y a la mierda con al auto-destrucción. Todo eso de que los besos de ciertas bocas saben mejor, es un cuento que me sé desde el día que me dio dos besos y me dijo su nombre. Pero no sabes lo que es caer desde un precipicio y que ella aparezca de golpe y de frente para decirte: venga, hazte un peta, y me lo cuentas. No sabes lo que es despertarte y que ella se retuerza y bostece, luego te abrace y ya no sepas cómo deshacerte de todo el mundo. Así que supondrás que yo sea el primero que entienda que pierdas la cabeza por sus piernas, y el sentido por sus palabras, y los huevos por un mínimo roce de mejilla. Que las suspicacias, los disimulos cuando su culo pasa, las incomodidades de orgullo que pueda provocarte, son algo con lo que ya cuento. Que yo también la veo, que cuando ella cruza por debajo del cielo, solo el tonto mira al cielo. Que sé cómo agacha la cabeza, levanta la mirada y se muerde el labio superior. Que conozco su voz en formato susurro, y en formato gemido y en formato secreto. Que me sé sus cicatrices, y el sitio que la tienes que tocar en el este de su pie izquierdo para conseguir que se ria. Y me sé lo de sus rodillas y la forma de rozar las cuerdas de la guitarra. Que yo también he memorizado su número de teléfono, pero también el número de sus escalones y el número de veces que afina las cuerdas antes de ahorcarse por bulerías. Que no solo conozco su última pesadilla, también las mil anteriores. Y yo sí que no tengo cojones de decirle que no a nada, porque tengo más deudas con su espalda de las que nadie tendrá jamás con La Luna. Y mira que hay tontos enamorados en este mundo. Que sé la cara que pone cuando se deja ser completamente ella, reunida en ese puto milagro que se supone que existe; la he visto formar un charco de arena rompiendo todos los relojes que le puso el camino y la he visto haciéndole competencia a cualquier amanecer por la ventana. No me hablen de paisajes si no han visto su cuerpo; que lo de, mira sí, un polvo es un polvo y solo los sueños pueden posarse sobre las letras de su nombre. Que razones tenemos todos pero yo, muchas más que vosotros.

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