Ojalá pudieras ser una grata compañíia de una sola tarde. De esas personas a las que ves una vez al mes, casi por compromiso; porque no disfrutas cuando las ves sonreir, o limpiarse cómicamente la comisura de los labios tras habérsela manchado de nata. Mi problema, o nuestro problema, es que has vaciado mi caja de reserva en la que guardo todas mis bolsitas de té. Las has terminado, porque has decidido apoderarte de mi cordura, si quedaba algo. Cuando no estás, podría hundir mis recuerdos en una vaso de agua pero, cuando estás frente a mí, dándole vueltas y vueltas a una infusión que ya se ha quedado casi fría, me doy cuenta de lo pobre que me dejas con solo una mirada. Llévate todas tus cosas y deja de remodelar mi camino para llevarlo hacia el tuyo, porque no existe explicación alguna por la que quieras seguir haciendo eso. Ojalá pudiera cerrarte la puerta en las narices, pero sé que la traspasarías y te acomodarías en mi espalda. Y otra vez de vuelta a empezar. Tu y yo, sentados, y ya no para tomar un té que dé pie a confidencias casuales, sino para hacerme cómplice, una vez más, de tu aventura.
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