Las personas, para bien o para mal... nunca llegan a ser perfectas. Incluso en su mayor grado de intento de perfección, acaban por caer en una loca obsesión que les lleva a una perdición de la cordura. Sin embargo, muchas veces él me sorprende. La primera persona que, sin importar la hora, me coge el teléfono si ve que Nube Recoqueta es la llamada entrante. El mismo que nunca duda en presentarse de repente buscando un beso que endulce las amargas peleas que tanto tenemos. Pero puede que lo que más me guste de él, sea su paciencia. Sus ganas de siempre querer un poquito más de mí. Su afán por reintentar una y otra vez esta historia, evitando dejarla a medias. Si hay algo de lo que me arrepiento es de no haber sabido tratarle como se merece. De no darle todo el cariño que él es capaz de ofrecerme. Ser arisca y cerrarle las puertas por puro orgullo. Él siempre tiene una sonrisa para mí, un hombro donde volver a empapar su chaqueta, unas manos para relajarme en época de exámenes, unos brazos para dormirme... Perdóname por no saber valorar lo enormemente grande que eres. Ninguna relación humana contempla la posibilidad de que se halle en posesión del otro. En cualquier pareja de almas, las dos son absolutamente diversas. Tanto en la amistad como en el amor, ambas, codo con codo, levantan las manos juntas para encontrar aquello que ninguna de las dos puede encontrar por sí sola. Tengo muchísimo que aprender, solo deseo romper con la injusticia de que las horas te quemen sin saber qué locura se me va a ocurrir cometer. Necesito tiempo.
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