El
amor es la pieza que buscamos ansiosos para completar ese cielo azul del puzle.
La sensación de ansiedad por encontrar el color que entone con nuestra pintura.
Se trata siempre de la guinda del pastel; de que unos ojos difuminados en negro
tengan perfilador azul alrededor de sus pestañas. Qué voy a deciros del amor
que ya no sepáis... Ese pinchazo incontrolable que hace que se te tuerza la
sonrisa y ya no puedas dejar de sonreír. El amor no tiene edad, simplemente
aparece. Toma las riendas de tu vida y te deja degustar de ese sabor tan
obsesivo, tan enloquecedor... Dejamos los principios atados a una farola, y sin
pensarlo, nos entregamos a ese sentimiento que cobra vida cuando los días
van pintando rosas en tu espalda. El amor viene y va, reaparece, dura, resurge,
se olvida e incluso se abandona; pero siempre permanece entre los recuerdos: debajo de la cama en forma de fotografía empolvada; en la carpeta de clase, con
una frase adictiva; en el móvil, con un nombre romántico de contacto; en la ropa,
con ese olor a fruta prohibida; en el reproductor de música, con una carpeta de
canciones aleatorias que marcaron momentos imborrables; en su corazón, en el tuyo, que
deja la huella de cada caricia que sus caprichosas manos le dieron a tus
brazos. Así que no me habléis de ese maldito sentimiento que tantas quebraduras
de cabeza nos ha llevado; de esas almohadas que, por una noche, cumplieron su
verdadera función y nos dejaron ahogar el dolor más profundo entre sus
pliegues... Sé lo que es perder la cabeza por alguien y entregar tu vida para
que las anécdotas permanezcan siempre en ese enorme lugar de la mente, donde
cabe de todo. El amor nos vuelve diferentes personas, nos hace sumar años por
cada pelea ilógica, y restarlos cuando un beso nos funde en una sola persona.
Sé que habéis sentido esto que os describo, si no, ya habríais dejado estas palabras a un lado y os estaríais dejando embaucar por otro tipo de cuentos. Sin
embargo, aquí estamos, por si la vida no nos planteara suficientes enigmas, hay
personas que vienen a recordarnos que el amor, incluso en su punto de máximo
declive, existe. Que las sábanas, nunca huelen a suavizante; las tiendas de
perfumes, no son una mezcla de sinfonías químicas; los carteles publicitarios,
no están para incitarnos a comprar,... La cruda realidad es que todo lo que nos
rodea está ahí para recordarnos a esa
persona, recordarnos su olor cuando sientes la esencia afrutada de su cuello en
tu cojín; pensar en su abrazo cuando hueles cualquier perfume, porque todo lo
dulce tiene ahora su nombre; y anhelar su sonrisa y sus bromas con cada
publicidad absurda,... Mires a donde mires, ahí está, de cualquier forma,
sentido, manera o color: el amor, en todas las dimensiones que ello conlleva.
Por eso, entiende que te mire con esa ternura mañanera; cuando el despertador
no ha sonado aún y yo me muero por rozar tus labios. Despierta y vuelve a hacerme sentir la princesa de tus sueños.
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