¿Cómo de doloroso ha de ser un error para que pueda ser perdonado? ¿Quién marca los límites de lo imperdonable? A veces pienso que, muchas veces, cedemos a regalar, de nuevo, nuestro voto de confianza solo porque el amor que sentimos hacia esa persona, llega a ser incalculable. Qué clase de amor es aquél que engaña a uno de los mejores sentimientos del mundo; aquél que se confía e ignora los verdaderos motivos por los que entregarse a una persona. Pero, para seros sincera, ese tipo de persona, soy yo. Sí, sí, yo. Quizá porque estoy harta de ver tatuado en mi piel juicios que no encajan conmigo; porque quiero romper vuestros esquemas y proponerme dejar de soñar cada día con lo que debería de hacerme descansar cada noche ¿No habéis sentido nunca esas ganas de echar a correr contra la marea en busca de una pizca de libertad, apartándote de este mundo que, muy a menudo, hace daño? Pues creo que eso es lo que yo debí sentir. Dejadme equivocarme y levantarme, ya seré yo la que se encargue de sanar cada herida, cada destrozo y cada maniobra errónea. Lo que verdaderamente importa, es tener el valor de admitir que, pase el tiempo que pase, hay miradas que siempre conseguirán cambiarlo todo y, es por ellas mismas por las que deberíamos salir contra la marea.
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