He leído un artículo que decía que cuando nos reímos utilizamos, al menos, quince músculos faciales. Si gritamos, aunque no nos demos cuenta, estamos moviendo trece músculos, y cuando vamos en bicicleta, nueve. Al parecer, cuando besamos a alguien es cuando más músculos se mueven: treinta y cuatro. Hay distintas clases de besos. No importa cuanto empeño pongas en besar bien, porque lo único que consigue convertir un beso en especial, es la persona que está rodeando tu cintura con los brazos. Esos besos tímidos, resguardados, que rozan la comisura de los labios como si fueran a quemarse con un chispazo. Los apasionados, que no dejan aire entre ambos; que enloquecen y multiplican esa necesidad de amor. Besos en los que la barriga hace mariposas y la cabeza empieza a darte vueltas; sin querer cierras los ojos y ya solo puedes dejarte llevar por la música del antojo de los besos. Besos que no dicen nada, y besos que lo dicen todo... Quizás, por eso, un beso signifique tantas cosas; porque después de darlo, no es necesario hablar. Está todo dicho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario