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jueves, 24 de mayo de 2012


Hoy es uno de esos días en los que me encantaría conducir hasta que de repente un cartel dijera "ha llegado usted al fin del mundo". Enrrollarme en una manta mientras como mi helado favorito bañado en nata; ver las estrellas y alinearlas hasta crear con ellas una caricatura de nuestra sonrisa. No me consuela subir el volumen de la música porque sé que mi reproche constante es más caprichoso y alcanzará el nivel máximo de sonido. Odio que mi subconsciente tenga más poder que el poco sentido cuerdo que me queda y, me castigue con el látigo de la persistencia cada vez que cometo un error. Me siento con tres mil puñaladas a escasos centímetros de la espalda, afilados, a punto de clavarse en cuanto doy un paso equivocado. Intento ser lo más perfecta posible, solo porque así has querido que yo fuera... Por eso, cada vez que existe ese punto de inflexión en el que todo empieza a correr hacia abajo, siento que incluso las fotografías de mi cuarto van frunciendo el ceño, me castigan, me castigo y todo se vuelve un extraño círculo vicioso. Se me encoge el pecho. Cualquiera en mi situación sería capaz de seguir adelante, de buscar el lado positivo de la situación... Pero yo, yo siempre tengo que ser tan meticulosamente masoquista. Genial, nos vemos en julio.

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