
Hoy es uno de esos días en los que me
encantaría conducir hasta que de repente un cartel dijera "ha llegado
usted al fin del mundo". Enrrollarme en una manta mientras como mi helado
favorito bañado en nata; ver las estrellas y alinearlas hasta crear con ellas
una caricatura de nuestra sonrisa. No me consuela subir el volumen de la música
porque sé que mi reproche constante es más caprichoso y alcanzará el nivel
máximo de sonido. Odio que mi subconsciente tenga más poder que el poco sentido
cuerdo que me queda y, me castigue con el látigo de la persistencia cada vez
que cometo un error. Me siento con tres mil puñaladas a escasos centímetros de
la espalda, afilados, a punto de clavarse en cuanto doy un paso equivocado.
Intento ser lo más perfecta posible, solo porque así has querido que yo
fuera... Por eso, cada vez que existe ese punto de inflexión en el que todo
empieza a correr hacia abajo, siento que incluso las fotografías de mi cuarto
van frunciendo el ceño, me castigan, me castigo y todo se vuelve un extraño
círculo vicioso. Se me encoge el pecho. Cualquiera en mi situación sería capaz
de seguir adelante, de buscar el lado positivo de la situación... Pero yo, yo
siempre tengo que ser tan meticulosamente masoquista. Genial, nos vemos en julio.
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