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lunes, 13 de enero de 2014

Me niego a ser por norma general.
General me suena a salir a la calle solo porque es de día.
Y solo porque te sientes solo.
Bah.
Me niego a ser, porque reivindico estar.
Que es muy de cobardes. Y de coger el paraguas cuando llueve.
Y qué.

Me niego a tensar las cuerdas si no es para caminar sobre ella. 
Y a llamar inestabilidad a la belleza del desequilibrio.

Me niego rotundamente a que los enamorados no se destrocen la boca a besos, en medio de un paso de cebra.

A riesgo de morir atropellados. Como si enamorándose no lo hicieran a diario.

Bah.

Me niego a trabajar para llenarme la nevera en vez del alma.
Me niego a los amigos que te llaman quince veces de día y no te cogerían el teléfono de madrugada.

Me cruzo de brazos ante los que todavía no saben que el abrazo no abriga. Que el abrazo sujeta. Que el abrazo impide que usemos nuestras propias manos para ahogarnos. Que el abrazo salva a uno del otro, los aleja del yo para acercarlos al nos.

Me niego al beso que no acaba en abrazo. A los polvos que acaban en ceniza y no en magia.

Me niego a los que juzgan sin haber sido juzgados. Sin haber pasado noches en cárceles ajenas. De esas con las puertas abiertas en la espalda; sin capacidad de ver qué hay detrás, por las ganas de salir adelante.

Me niego al domingo y al viernes impuesto. A la tristeza inducida por terceros y a la fiesta por tradición.

Me niego a odiar a los que me odian sin me gusta. A pedir perdón después de haberlo pedido todo.

Me niego a no sonreír al que me partió los dientes.

Me niego a vivir si me apetece morir o matar.
De un ataque al corazón.
De pena mojada.
O de mismísima risa.

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