Este lugar tenía tantas telarañas que ya me sacudían a diario. Ya dije una vez que las veces que entraba aquí solían estar íntimamente relacionadas con el número de quebraduras de cabeza que tuviera, así que supongo que es algo bueno que me haya descuidado en ese sentido, espero. Aunque si me paro a pensar en este último mes, me doy cuenta de que tengo los sentimientos a flor de piel y de que hasta una canción me puede hacer llorar; y llorar de felicidad, también. Si supiera transmitiros lo que aprendo día a día sobre esta palabra, os daría una lección diaria. Pero resulta ser un concepto tan interesante como decepcionante; porque va en función de los días, las personas e incluso de si sale o no sale el sol. Hay días en los que los golpes te aturden y te das cuenta de cuánto te has manchado la ropa en una lucha sin sentido; pero entonces llegan amaneceres con filosofía optimista, ¡y ojalá todos fueran así de fáciles! Ojalá no existieran los miedos y las pesadillas, ojalá no tuviéramos un recuerdo doloroso o un futuro lleno de incertidumbres difíciles. Y si uno de estos días se hace de noche a plena luz del día, recurro a la adicción de tus palabras. Me aferro a lo seguro, a eso que a veces te enfada y otras te sana: al amor, que siempre lo puede todo. Me hago fuerte alimentándome de cada fotografía almacenada. Y aunque la rutina tarde tanto en convencerse y asimilar que no estás en sueños y que las cicatrices que llevas en la espalda son de verdad, merece la pena engatusar a la mente con alguno de tus besos, y que se olvide del mundo.
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