No hay ni un solo día en el que no me hagas sentir especial. De verdad. Siempre existe una caricia que se cuela entre las del montón, y a mí me parece que nunca volverá a existir otra igual. Existen momentos, momentos de silencio, en los que me dices que, de nuevo, no llegará otro instante en el que me quieras tanto. Y así, cadenas indefinidas de detalles sin sentido y sin intención, que aparecen de la nada y con la misma rapidez que llegaron, se marchan. Y puede que por eso a veces me hagas sentir tan ajena a tu mundo, que a veces sienta un vacío enorme en el pecho y que necesite que subrayes cada palabra que pronuncias tres veces para que consiga creérmela ¿Nunca os ha pasado eso de que después de haber experimentado una sensación casi perfecta, todo lo que viene a continuación no merece la pena? Ojalá tenga que aplicar esta teoría a mis confusiones nocturnas, que me impiden cerrar los ojos, y no se trate de otro acertijo en mi contra. Acto seguido, rectifico y me doy cuenta de lo mucho que me enseñas cada día y lo ilógicos que suenan mis pensamientos. Caigo en tu afán por sorprender y por hacer sonreír, en las batallas a medio hacer que dejaste en el camino porque las interrumpí cotilleando, en las propuestas, en las intenciones... Pero, sin quererlo, recaigo y pienso en ese y si que es capaz de anclarse a cualquier situación.
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