Hay veces en las que no podemos ni levantarnos de la cama, y no es que no queramos, ni que no nos hayamos dejado la piel en el intento; es simplemente que las fuerzas hacen mutis por el foro y se acaba la función. Hay veces, también, en las que necesitamos a los demás pendientes, que se den cuenta de cómo ahogamos nuestros gritos entre cuatro paredes insonorizadas. O quizá no sentirnos bajo la presión de seguir luchando por sonrisas ajenas cuando la nuestra está hecha pedazos. Tengo entre mis manos retales de tantas cosas a medias, de tantas penas silenciadas, prolongadas y que nunca llego a tachar de mi agenda. Tengo un nudo en la garganta cada vez que abro los ojos por las mañanas, cuando aún no soy del todo consciente de que es el despertador, otra vez, el que suena y no la banda sonora de esta pesadilla. Me siento tremendamente vacía y perdida a pesar de tener en el bolsillo trasero del pantalón el mapa dibujado. Tengo la urgente necesidad de marcharme de aquí y pasar horas sentada sobre la acera sin planes que hacer, sin miradas con las que luchar, ni secretos que esconder. Y aunque nadie pueda entenderlo, me sobran motivos para echar de menos a personas de las que dependo y que ahora siento tan lejanas. Simplemente necesito sentir un verdadero hombro sobre el que apoyarme, porque la almohada ha quedado demasiado húmeda. Demasiadas telarañas sobre el atrapasueños, que se entretejen entre sí, para aferrarse a mi pena.
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