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domingo, 20 de enero de 2013

Es curioso ver cómo sabes quién es la persona que te hace feliz y consigue sacarte una sonrisa a cualquier hora del día. Esa persona que tiene todo lo que te gusta y consigue que su mal no sea tan dañino con un par de frases. Pero también es triste darse cuenta de que, a pesar de su cercanía, esa persona está lejos, muy lejos. Que el mero hecho de querer a alguien con todo el alma, no significa que vaya a permanecer siempre a tu lado; ofrenciéndote los buenos momentos que te vendieron al principio, cuando no caminábamos más que por un camino bañado en pétalos de flor. Es pura impotencia. Darte cuenta de que las personas cambian de manera involuntaria, pero son incapaces de hacerlo cuando es de manera forzada. A lo mejor es que sigo enamorada de la persona que por aquél entonces consiguió despertarme el alma, y vaya si él ha desaparecido. Hizo las maletas y me dejó cosiendo los retales de mi melancolía, invalidando mi capacidad de volverme a sentir en las nubes. Y yo soy, y siempre seré, la tonta que permanece sentada en el alféizar de la ventana, oteando el horizonte por si vuelve a brillar un destello de lo que fuiste. Y no, no apareces. Y mientras, a mis espaldas, veo cómo relucen otros ojos, otras manos, otros abrazos deseosos por hacerme sentir todo lo que tu conseguiste. Y estoy aquí sola, entiende lo inevitable que es que no me vuelva a mirar su ternura reflejada. Porque a falta de nuestras palabras... buenas son sonrisas en cualquier otro amor.

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