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sábado, 8 de diciembre de 2012

Tengo marcado en el pecho los días que nos quedan. Tus palabras, de repente, se han convertido en látigos que me destrozan la espalda. Preguntaba sobre lo que no quería conocer, y sobre lo que jamás quise oírte pronunciar ¿No crees que ya hubiera intentado alejarte de mí si realmente lo quisiera? Si estuviera segura de todo aquello que no me deja dormir, es probable que no saliera cada día con más ojeras que la mañana anterior. Pero desde que llegaste, reservo unas horas a oscuras para intentar mantener una conversación conmigo misma. Pero, al fin y al cabo, en eso se queda, en una mera intención. Qué caprichosos somos. Nos envolvemos en las sábanas y decidimos darle rienda suelta a la imaginación y así, todo parece mucho más fácil. De vez en cuando, el aleatorio del iPod se tiñe de te echo de menos, y es imposible no pensarte. Pero, si lo hago, que sea a la luz de la Luna; que ella no pueda delatar la sonrisa que provocas cuando apareces de repente. Nos da por imaginar situaciones que, lo más probable, es que sean imposibles. Por eso, ven; déjame decirte bajito y al oído que hay noches en las que solo pienso en ti. Que nadie se entere de que aún soy capaz de pensar en el aroma de tus labios, o en el perfume de tu sonrisa. Pero que se quede aquí, entre nosotros, que no salga a la luz.

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