Mañana retomaremos la costumbre perdida de conocer nuevos lugares; de estudiarse mapas y adivinar direcciones para llegar al monumento en el que tomaremos alguna foto. Eso es bueno, ¿no? Supongo que a estas alturas, nos vamos concienciando de que la vida sigue, de que aún nos quedan aviones que coger, lugares en los que soñar y anécdotas que añadir al álbum de fotos. No podemos seguir escondiéndonos en este refugio, en el que nos sobreprotegen con un pause simulado, haciéndonos creer que la vida se paró en el instante que te fuiste. Pero, ¿sabes? No fueron las lágrimas en la almohada, ni las flores que pagué para adornarte las que me hicieron caer en la cuenta de que nadie muere. Fueron las tardes de memoria, en las que escucho tu poema, en las que me di cuenta de que siempre acabamos viviendo en el recuerdo, en las mentes de los que te amaron, y te aman con locura. No te olvidan. No te olvidan porque te quisieron y tu los quisiste, y eso, ya es motivo suficiente para ser siempre inmortal. Por eso, que no te extrañe si ves huecos en blanco en las fotografías, o si por las noches hay tres mentes que te hablan en silencio. En este viaje, volvemos a ser cuatro, como siempre. Es lo que quiero creer y por lo que voy a luchar siempre: por la supervivencia de tu recuerdo; por hacer de mí, la viva imagen de tu esencia. Haz las maletas, que nos vamos.
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