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miércoles, 20 de junio de 2012

En las salas de espera de los quirófanos respiras miedo. Ves gestos de amor en las manos entrecruzadas de un matrimonio, miradas fugitivas que desean escapar de esas incómodas sillas y echar a volar. Se muerden el labio mientras dejan care ligeramente la cabeza hacia atrás, y miran el reloj a cada momento cayendo en la cuenta de que no han pasado más que segundos. Las cosquillas incómodas en la espalda, revoltosas, cada vez que la megafonía hacia un rudio extraño; miradas fijas al alto señor de información, a ver si conseguían decirte "todo va bien" con los ojos. Allí, incluso la más mínima operación se hace un mundo. Ves esas lágrimas que corretean por mejillas ajenas y te quedas enamorada de todo el amor que una pequeña gota de dolor conlleva. Pequeños detalles como el de ver a una mujer tardar una hora exacta en leer una única página de su libro, que sabes que por dentro, ninguna de las palabras que sus ojos deboraban eran realmente entendidas por su subsconsciente, que seguía buscando una explicación a por qué le había tocado a ella estar sentada ahí frente al reloj. Momentos como estos, te hacían darte cuenta en que lo más prestigioso que tenemos es el tiempo. Tiempo para disfrutar, para no dejarlo correr. Tiempo para aprovechar y no dejar escapar. Ojalá todos tuviesen la suerte de tener a esa persona, luchando contra las agujas del reloj en una sala de espera y pidiendo a quién sea que merecéis más oportunidades de hacer el amor, de compartir un beso, de paseos de playa, merecéis tiempo. Yo solo deseaba cerrar los ojos e imaginarme a tu lado, traspasar todas las puertas y seguir la línea verde pintada en el suelo, para poder alimentarme de tu amor, cogiéndote de la mano. Las horas parecían años, y la desesperación, poco a poco, las iban convirtiendo en siglos. Se acerca el momento, y entonces te tiemblan las piernas, sonríes aunque solo tengas ganas de llorar de felicidad. Estabas en todos lados, solo podía y quería oír hablar de ti. Vida solo tenemos una.

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