Los cumpleaños, muchas veces, están para recordarnos a una persona especial, para hacernos pensar en ella y en los momentos que hemos pasado juntos. Algunos no merecen ni que nos molestemos en dedicarles un par de minutos, que es realmente lo que tardamos en escribir una felicitación; en cambio otras, merecen horas y horas de nuestro tiempo, ya sea preparando un regalo o simplemente recordando lo especial de su sonrisa. Aunque intente evitarlo me pueden los recuerdos, ese remordimiento por no haber dicho o hecho suficiente, el amargo sentimiento de culpabilidad y la impotencia de encender velas que nadie va a poder soplar. Echar de menos a alguien importante es lo primero que hacemos cuando no tenemos cómo rellenar todo el tiempo que quisiéramos dedicarle. Pero por suerte, aunque sea sin decirme nada, puedo contar con personas que me abrazan con la mirada y a las que no tengo que avisar de que estoy mal, porque tienen ese sexto sentido especial para mí. Que saben tan bien como yo lo que es guardarse una pena y combatirla sola, supongo que por eso nunca me ha rodeado de preguntas que sabe que no sería capaz de contestar.
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