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sábado, 4 de agosto de 2012

Qué curioso, ahora, todas las fuentes han cogido complejo de la Fontana di Trevi, y quieren recibir monedas. En cualquier lugar del mundo, en donde encuentres una pequeña fuente o estanque, o incluso lago, ves en el fondo distintas monedas, unas más grandes y otras más pequeñas, algunas más extranjeras, y distintos colores que dan lugar a un cuadro ajetreado. Dos argentinas se intercambiaban una moneda de sus carteras, con la intención de que fueran regaladas. Se ponían de espaldas a una pequeña fuente, de menos de un metro, y susurraban mientras se les escapaba alguna sonrisa. Y así, en cuestión de segundos, el fondo de aquella fuente tenía dos deseos más que cumplir. Dos más, entre los miles que aún le quedaban por hacer realidad. Será que la gente se siente mejor dejando constancia de lo que más desea en esta vida, pero lo cierto, es que ninguna de esas monedas va a conseguir colocarte al final del camino. Entonces te asomas, y miras con cierta envidia todos esos secretos, que vuelan hasta bañarse en un mar de irresponsabilidades, de todo aquello que no te atreves a escribir en ningún lado porque temes que la gente lo encuentre. Mamá, regálame una moneda, que yo también quiero.

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